En Gaza, uno de los lugares más densamente poblados del
mundo, dos millones de personas viven bajo un férreo bloqueo que las expone a
la pobreza e intensifica la fragilidad de su sistema sanitario
“El mundo sufre ahora lo que es vivir confinado, pero
nosotros lo sabemos desde hace 13 años”, dice Walid Alzanín. Se gana la vida
con su taxi en uno de los lugares más densamente poblados del mundo. Si tiene
clientes, ese día entra dinero en su casa. Si no, toca esperar al día
siguiente. Walid vive en el campo de refugiados de Jabalia, el más habitado de
los ocho que hay en la Franja de Gaza. Aquí, en un área de 1,4 kilómetros
cuadrados, se concentran unas 140.000 personas.
Walid tiene poco trabajo desde que estalló la alarma por el
coronavirus. Asegura no saber cómo va a alimentar a su familia de siete
miembros si regresan las restricciones impuestas por el gobierno de Hamás hace
dos meses para evitar una propagación generalizada en la zona. En Gaza se han
cerrado escuelas, universidades y mezquitas. “No podemos ir ni a rezar”, afirma
Walid. A finales de abril, el Ministerio de Economía anunció la reapertura de
cafés y restaurantes durante el Ramadán, después de una semana sin registrar
nuevos casos de coronavirus. De momento, se han detectado menos de una veintena
de contagios y no ha habido ningún fallecimiento asociado al virus. Los Ministerios de Sanidad, Interior y Asuntos Sociales han acordado decretar el toque de queda a partir de las 19:00 horas si se produce un solo contagio dentro de Gaza, explica Abdelnaser Soboh, delegado de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En este pequeño enclave, de momento, el coronavirus ha venido de fuera, a través de la frontera con Israel y Egipto. Las autoridades gazatíes reaccionaron poniendo a los primeros casos en cuarentena pero se enfrentan a la dificultad de mantener distanciada a la población, unas de las recomendaciones básicas contra el virus.
“Al no haber positivos dentro de la comunidad hemos notado en las últimas dos semanas una cierta relajación entre la gente, sobre todo en lo que tiene que ver con la distancia social”, explica el responsable del organismo internacional en Gaza. “Se está intentando, pero no es fácil en uno de los territorios más superpoblados del mundo”, añade Soboh.
Cuando piensa en su barrio del campo de refugiados, Walid es tajante. Mantener la distancia de seguridad entre los gazatíes, asegura, es “materialmente imposible”. “Ahora dicen que quizá ya no podremos salir después de romper el ayuno. En cuanto unos pocos pongan un pie en la calle, en unos minutos… ¡todo el mundo mezclado!”, bromea en una conversación telefónica. “Bastantes restricciones teníamos ya antes del coronavirus”, zanja este taxista palestino.
Un nuevo golpe para una economía ya devastada
Desde hace más de una década, los dos millones de habitantes
de la Franja de Gaza viven bajo un férreo bloqueo terrestre, aéreo y marítimo
impuesto por Israel, en connivencia con Egipto, que limita la entrada al
territorio de bienes y productos, incluidas medicinas y equipos médicos. Una
escasez crónica de suministros que sufren especialmente familias en situación
vulnerable como los Alzanín, en cuya casa solo entra un salario. Casi la mitad
de la población gazatí sobrevive con menos de 5,5 dólares al día, según datos
de la oficina humanitaria de Naciones Unidas.
El parón comercial provocado por el coronavirus solo ha
exacerbado la preocupación en un territorio con una economía devastada, en la
que el 70% de los jóvenes no tiene trabajo ni posibilidad de buscarlo fuera
dadas las duras restricciones de movimiento que impone el bloqueo israelí. El
sector servicios, junto con el educativo y el sanitario, crea la mayoría de los
empleos a nivel local y supone el 75% de los ingresos que se generan en la
Franja.
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Un vendedor palestino se protege con mascarilla mientras
vende pepinillos en el mercado de Zawiya durante un día de Ramadán en Gaza | © Khalil Hamra / AP |
Si se producen contagios dentro de Gaza y las autoridades decretan nuevamente el cierre de cafés y restaurantes, Abu Hasira cree que podría aguantar unos meses gracias a algún dinero ahorrado. Pero se considera un privilegiado. “Si yo no saco mi taxi y recojo a pasajeros, no tengo ingresos”, dice, por el contrario, Walid Alzanín. “Yo aún puedo vender mi vehículo, pero para el comerciante que depende de la fruta que vende en un puesto del mercado esto es la ruina familiar”, asegura el taxista.
A diario, la población se enfrenta también a la escasez de recursos básicos. Según la ONU, el 97% del agua está contaminada. Los hogares palestinos cuentan únicamente con 11 horas de electricidad al día, un problema crónico desde hace más de una década y acentuado en 2014 tras la operación militar de Israel, que bombardeó la única central eléctrica del enclave.
Hospitales sin recursos para atender una epidemia
Uno de los mayores temores que despierta la llegada del
coronavirus a Gaza tiene que ver con su sistema sanitario colapsado y su
capacidad para atender el posible avance de la COVID-19. Para Abdelnaser Soboh,
de la OMS en Gaza, el virus agrava los problemas crónicos ya existentes. “A
pesar de los esfuerzos de las organizaciones internacionales por satisfacer las
necesidades más básicas tras más de una década de bloqueo es imposible ofrecer
un servicio sanitario aceptable en las condiciones actuales”, recalca.
De las aproximadamente 90.000 personas mayores de 60 años
que residen en Gaza, la mayoría padece enfermedades crónicas como hipertensión,
diabetes o cardiopatías, indica el experto de la OMS. “Carecemos del 50% de los
fármacos necesarios para tratar estas y otras patologías más severas como el
cáncer, así que imagínese qué ocurriría si 90.000 mayores se contagian con
coronavirus y una parte necesitase respiradores. Ni en sueños podríamos
asumirlo”, prosigue. El enclave dispone en la actualidad de 87 respiradores para una población de dos millones de personas, según la OMS. Dos tercios de ellos están ocupados ya por pacientes con afecciones graves. “Los enfermos que no lo son por COVID-19 serán los primeros afectados si el virus entra en la comunidad porque la mayoría de los recursos se destinarán a su tratamiento”, advierte Soboh. Desde Oxfam, que también opera en la zona, han alertado de que hay menos de 70 camas de cuidados intensivos.
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Un trabajador de la construcción descansa cerca del lugar donde construyen un hospital de campaña creado por Hamas para alojar pacientes con coronavirus | © Mohammed Talatene/picture-alliance/dpa/AP |
De los cerca de 10.400 profesionales sanitarios que trabajan
en Gaza, gran parte de ellos han sido derivados a la treintena de instalaciones
–incluyendo hospitales, centros de día, escuelas y hoteles– preparadas para
acoger a los aproximadamente 2.000 pacientes que están en cuarentena. De hecho,
los responsables del ministerio de Sanidad de la Franja han decretado el cierre
de 23 de los 49 centros de atención primaria que hay distribuidos por el
territorio. “Incluso han derivado a sanitarios a centros que acogen a personas
solo con síntomas leves. Ese es el nivel de alarma”, advierten desde la OMS.
Hamás, que controla Gaza desde 2007, teme que la propagación
del virus y la consiguiente crisis económica, social y sanitaria pueda
alimentar el creciente descontento social de los gazatíes. El año pasado
cientos de ellos se echaron a la calle en distintas manifestaciones para
demandar mejoras económicas en el empobrecido enclave costero. Las protestas
fueron duramente reprimidas por el movimiento islamista. Días después de
detectarse los dos primeros positivos en la Franja, el líder de Hamás, Yahya
Sinwar, manifestó su disposición para negociar con Israel un posible canje de
presos. En el paquete iría incluida ayuda humanitaria para Gaza en forma de
ventiladores y equipamiento médico de protección para hacer frente a un
potencial incremento de los contagios de coronavirus. Mientras, diversas organizaciones de derechos humanos palestinas y algunas israelíes han pedido al Ejecutivo hebreo que levante el bloqueo impuesto sobre la Franja para permitir una entrada adecuada de materiales, equipos y medicamentos. “Igual que Israel es el principal responsable del deterioro de su sistema sanitario ahora debe proporcionarle asistencia para cubrir sus necesidades”, reza un comunicado difundido recientemente por el Centro Palestino de Derechos Humanos. “El poder ocupante (Israel) debe tomar medidas preventivas necesarias para combatir la propagación de enfermedades y epidemias contagiosas”, afirman.
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Un niño palestino se asoma en una tienda de campaña en
el campamento de Nahr al-Bareden Khan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza | © FeatureChina/AP |
La escasez de recursos sanitarios en la Franja obligó al
Gobierno de Hamás a solicitar la ayuda de la OMS, cuyos expertos, en
colaboración con otras agencias de Naciones Unidas, llevan semanas asesorando a
las autoridades sanitarias en la contención del virus. El organismo es el
principal proveedor de test de detección, desinfectantes y material médico
específico en la lucha contra la COVID-19. “Nos estamos asegurando de que el
ministerio de Sanidad tiene suficientes kits, sobre todo para confirmar los
negativos de quienes vengan de los centros de cuarentena así como para detectar
a los posibles sospechosos que puedan surgir en los hospitales del interior de
Gaza”, dice Abdelnaser Soboh. Según indican, se han hecho unas 4.000 pruebas.
Si ese número se torna en positivos por COVID-19, alerta, “el sistema de salud
será incapaz de tratarlos”. “No hay médicos formados ni material suficiente
para semejante crisis”, añade.
La pandemia ha endurecido sustancialmente las restricciones
al movimiento, tanto por parte de las autoridades israelíes como de las
palestinas, que recomiendan a los enfermos no desplazarse a no ser que sea por
casos de extrema urgencia. La suegra del taxista Walid Alzanín, de 66 años,
convive con ellos y está enferma, pero no tiene permiso para moverse. “No se va
a morir mañana si hablamos de una emergencia. Pero si no recibe el tratamiento
en los próximos meses, sí. ¡Dígame cuál es la diferencia!”, dice. Hace un año,
le detectaron un cáncer de mama y le prescribieron como tratamiento un
bloqueador hormonal que no está disponible en Gaza por el bloqueo. Para acceder
a él, tendría que desplazarse hasta un hospital de Jerusalén Este. “Hace
semanas que solicitó el permiso de viaje a Israel, pero todavía estamos
esperando. Mientras, su cáncer avanza”, lamenta el hombre. Según la Agencia de
Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), antes de la llegada del
coronavirus, casi un tercio de los permisos solicitados por gazatíes enfermos
para recibir tratamiento fuera de la Franja fueron denegados o retrasados por
Israel.