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Cuando no queda otra que huir

Imagine que cada minuto, a su alrededor, 20 personas abandonaran sus casas a la fuerza



    

Madres refugiadas y sus hijos esperando su turno en la clínica pediátrica de Médicos Sin Fronteras en un campo de refugiados, en Yusuf Batil (Sudán del Sur).
Madres refugiadas y sus hijos esperando su turno en la clínica pediátrica de Médicos Sin Fronteras en un campo de refugiados, en Yusuf Batil (Sudán del Sur).


Usted los conoce, aunque no les ponga nombre. Son esos sirios sumergidos en una guerra que dura ya siete años. Más de la mitad de la población de ese país en concreto, 65 de cada 100 habitantes ha tenido que salir de sus hogares y buscar acomodo en otro lugar, dentro o fuera de las fronteras. Los sirios continúan siendo la mayor población de desplazados forzosos: eran 12 millones de personas al concluir 2016.
También son esos colombianos a los que un larguísimo conflicto asociado con desastres naturales ha movido de sus cuatro paredes. Son 7,7 millones de almas. La prolongada duración de estos conflictos es clave para entender el grado de desgaste. La estadística nos dice que la duración media de los desplazamientos forzosos es de 17 años.
Y no olvidemos a los habitantes de Sudán del Sur, porque si hay un continente azotado por estas crisis prolongadas se llama África. Allí, 20 países entre ellos Yemen, Burundi o la República Centroafricana y 500 millones de personas sufren uno o varios de los factores que desencadenan las crisis de larga duración: conflictos, inestabilidad política o escasez extrema de recursos naturales, provocados o agudizados muchas veces por los estragos del cambio climático.


Migrantes por obligación

¿Qué sabemos de las víctimas de los desplazamientos forzosos? Pues que la mayoría provienen de los 19 Estados identificados por la FAO con crisis prolongadas en 2016. Mayormente países en desarrollo, involucrados en el conflicto y la violencia durante las últimas dos décadas y agravados por eventos climáticos adversos.
También sabemos que una buena parte de ellos reside en el entorno rural y vive de la agricultura, la ganadería o la pesca. De manera que cualquier actuación para mejorar sus condiciones de vida y devolverles la capacidad de decisión sobre su destino pasa por invertir en el campo y crear una agricultura sostenible que genere puestos de trabajo e ingresos, tanto para las comunidades que se desplazan como para las de acogida. “Desarrollo rural”, ¿recuerdan?
Orlando Ruiz Mendes y su mujer, Myriam Mercado, viven con sus ocho hijos en el departamento de Sucre, al norte de Colombia, después de abandonar su hogar en Pertenencia a causa de la violencia y el conflicto armado.
Orlando Ruiz Mendes y su mujer, Myriam Mercado, viven con sus ocho hijos en el departamento de Sucre, al norte de Colombia, después de abandonar su hogar en Pertenencia a causa de la violencia y el conflicto armado.

Hay que añadir que los migrantes que salen de estos países no escapan a otros desarrollados, sino que a menudo se quedan dentro del suyo o migran a los vecinos, también en desarrollo, donde los recursos también son escasos, lo que genera choques con la población al competir todos por el agua y la tierra. De manera que un Conflicto, con mayúsculas, desencadena con frecuencia otros conflictos como bombas de racimo.
Recopilemos los titulares de la crónica de muchas de estas historias, que tienen las pérdidas de vida humana como drama principal y desde luego: destrucción de las reservas de alimentos, destrucción de cultivos, litigio por la tierra, acceso limitado al agua y al combustible para cocinar, aumento de los precios de los alimentos, desaparición de los mercados o imposibilidad de acceder a ellos. Y no nos olvidemos de daños colaterales como este: se sabe que la ausencia de recursos entre los desplazados aumenta los matrimonios precoces y la explotación sexual.
Y un último dato desalentador: solo el 3% de los que migraron en 2016 retornaron a sus lugares de origen.


Ante la guerra, huye

Es el momento de adentrarnos en las causas que contribuyen a los desplazamientos forzosos, principalmente los conflictos sobre todo los civiles, que han aumentado notablemente desde 2008 y el nivel de seguridad dentro de un mismo país. Hay un dato elocuente: más de un tercio de los países clasificados en 2015 como “frágiles”, según el Índice de Estados Frágiles del Fondo para La Paz, había sufrido conflictos recientes.
El citado Índice es un ranking que elabora cada año el centro de investigación estadounidense Fondo para la Paz. Clasifica a 178 países de acuerdo con su nivel de estabilidad, tomando en cuenta 12 indicadores sociales, económicos, políticos y militares.
Cuando no queda otra que huir  

Por ejemplo, la presión demográfica creciente, movimientos de refugiados y desplazados internos, descontento social, pobreza y declive económico, deterioro de los servicios públicos, violación de derechos humanos y debilidad del estado de derecho. Es decir, indicadores que nos dan una idea de la fragilidad o fortaleza de los países.
Después, los países son catalogados en 11 tipos de alerta que van de una situación de alerta muy alta a una situación denominada “muy sostenible”. En 2016 hubo ocho países en la categoría de alerta muy alta, incluyendo Somalia, Sudán del Sur y República Centroafricana. En muchos casos ,el conflicto estuvo precedido o acompañado de una fuerte inestabilidad política, gobernanza deficitaria y crisis medioambientales derivadas del cambio climático.
Es decir, que la presión a la que todos o algunos de estos factores sometía y somete a la población, el ahogo de sus medios de subsistencia y la fuerte inseguridad convirtieron la migración en una estrategia. Desesperada, pero estrategia.


Tierra y guerra en Colombia

Aterricemos en Colombia, el país con más desplazados internos del mundo. Son más de 7 millones. Aquí han confluido dos elementos traumáticos. Primero, un largo conflicto de décadas, caracterizado principalmente por una lucha radical agraria y que se agudizó a partir de los años ochenta con diferentes actores involucrados el Gobierno Nacional, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares, con el narcotráfico como elemento aún más perturbador y, segundo, el azote de fenómenos meteorológicos (El Niño y la Niña), que han traído fuertes periodos de sequía e intensas temporadas de lluvia.
Pese a importantes avances en la reducción de la pobreza que pasó del 45% en 2005 al 30,6% en 2013 una parte relevante de la población sigue viviendo en la penuria, especialmente en las zonas rurales y en la periferia de las grandes ciudades. Muchas personas viven en el campo y dependen de las tierras para su supervivencia y en estos años de violencia máxima tuvieron que abandonarlas.
Pero desde 2013 y sobre todo desde 2016, tras la firma de los acuerdos de Paz de La Habana entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC han comenzado a regresar a ellas. “Señoras y señores, después de más de medio siglo de conflicto armado interno, hoy regreso a las Naciones Unidas en el Día Internacional de la Paz para anunciar con toda la fuerza de mi voz y de mi corazón que la guerra ha terminado”, declaró un emocionado Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, durante la 71ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 21 de septiembre de 2016.
Cuando no queda otra que huir  

El mandatario y Premio Nobel de la Paz sabía que, tras la firma, quedaba mucho por hacer. Las tierras del conflicto estaban todavía en muchos casos ocupadas o devastadas. La FAO y otros organismos están apoyando al Gobierno colombiano para resucitar el sector agropecuario y conseguir la armonía y la colaboración entre los que se fueron y los que se quedaron. Reconciliación y reconstrucción.
El proyecto tiene un objetivo ambicioso: promover la integración, el reparto de recursos y beneficiar a tanto a agricultores que regresan a sus tierras, como a comunidades de acogida en los departamentos de Nariño, Sucre, Córdoba, Tolima y Magdalena. Se ha creado una red colectiva de riego para recoger y almacenar el agua de lluvia. Se han suministrado herramientas agrícolas. Y se ha ayudado a los agricultores a producir leche, café y miel y a buscar otras oportunidades de negocio.
Así es como afrontan las Naciones Unidas el reto de devolver a los agricultores colombianos la gestión de unas tierras sometidas a los estragos de la violencia y los cataclismos climáticos. Y es que los conflictos, a menudo, se ven agravados por golpes climáticos adversos. Cuando estalla una guerra se obstaculiza el acceso a los alimentos y, si además se asienta la sequía, la producción agrícola se paraliza. El conflicto se alarga, los sistemas alimentarios merman y se agudizan los enfrentamientos por conseguir recursos escasos. El campo ya no es productivo y la única opción de supervivencia es escapar.


* Esta es una adaptación del octavo libro de la colección El estado del planeta, editada por EL PAÍS y la FAO, que analiza los principales retos a los que se enfrenta la humanidad. Cada domingo se entrega un volumen con el periódico por 1,95€, y los 11 tomos también se pueden conseguir aquí.