Proyectos de Investigación Santander-Universidad Complutense de Madrid (PR26/16-20330, PR75/18-21661 y PR87/19-22576) sobre los recuerdos traumáticos y otros trastornos relacionados en víctimas y refugiados a causa de guerras y conflictos armados.
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Omran, un niño sirio
La carnicería en Alepo debe terminar de forma inmediata
La imagen del niño sirio que ha sido portada en medios de todo el mundo. Centro de Información de Alepo (EFE
Hay imágenes a las que, afortunadamente, es imposible
acostumbrarse. La expresión perdida de un niño sirio, cubierto de polvo,
ensangrentado y sentado recto —como si estuviera en el colegio o en
casa a la hora de comer con los mayores— en la silla de una ambulancia
ha vuelto a recordar al mundo que en Siria se está viviendo la que sin
duda ya es la mayor tragedia del siglo XXI. Detrás de los titulares de
prensa, las iniciativas de la diplomacia internacional y las
interminables cifras de víctimas y daños, hay personas que, como Omran
Daqneesh, el niño de la foto, en su corta vida no han conocido otra cosa
que la guerra.
Ocurrió
algo parecido hace casi un año cuando la fotografía del cuerpo tirado
en una playa de Turquía de Aylan Kurdi, de tres años, también sacudió a
la opinión pública internacional. Para entonces, Omran y su familia ya
vivían bajo las bombas en Alepo, ciudad industrial de Siria. ¿Mejoró en
algo su vida la oleada de solidaridad internacional, de declaraciones
tanto de personalidades como de ciudadanos comunes, de llamamientos y de
promesas generadas por la imagen de Aylan ahogado en una playa todavía
con la cabeza en el agua? La respuesta demoledora está en la imagen de
portada de ayer de este periódico.
Es necesario evitar que la guerra en Siria se convierta en
una especie de elemento recurrente al que se acabe acostumbrando la
opinión pública mundial, como antes sucedió con Argelia o Afganistán.
Situaciones como las que está atravesando la población de la ciudad de
Alepo son absolutamente intolerables y es necesario que los responsables
directos de tanto sufrimiento pongan fin a la carnicería y que quienes
pueden ejercer influencia en las partes combatientes —o al menos en
algunas de ellas— dejen de mirar hacia otro lado y se impliquen en
fomentar una solución.
El presidente sirio, Bachar el Asad, y los jefes de los
grupos rebeldes que combaten en Alepo son los responsables directos de
lo que está sucediendo y no pueden justificar de ninguna manera el
calvario al que están sometiendo a decenas de miles de personas. Rusia e
Irán están ayudando a El Asad y por tanto tienen la obligación moral de
forzarle a detener el asedio. Ninguna maniobra estratégica o de
influencia regional debería pasar por encima del precio de vidas
inocentes. Estados Unidos y Europa no pueden seguir aproximándose al
problema de una forma paliativa, desentendiéndose del origen. En el caso
de Europa, tanto por principio democrático como por su propia
seguridad. La conmoción y solidaridad ciudadanas son buenas —y
demuestran un saludable sentido de la humanidad— pero completamente
insuficientes si no van acompañadas de iniciativas y compromisos
diplomáticos serios y realistas perfectamente exigibles tanto a
Gobiernos como a organismos internacionales. Urge por tanto un alto el
fuego inmediato en Alepo extensible al resto de Siria y un compromiso
internacional sincero con la resolución del conflicto.
Nada le puede devolver la vida a Aylan Kurdi, pero aún es
posible que Omran Daqneesh conozca algo que no sea la guerra. Y es
obligatorio que así sea.