Proyectos de Investigación Santander-Universidad Complutense de Madrid (PR26/16-20330, PR75/18-21661 y PR87/19-22576) sobre los recuerdos traumáticos y otros trastornos relacionados en víctimas y refugiados a causa de guerras y conflictos armados.
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Emergencia humanitaria
En lo que llevamos de año han muerto más migrantes en el Mediterráneo que en todo 2015
Operación de rescate, el 30 de agosto, junto cerca de la costa de Libia. MARINA MILITARE / HANDOUTEFE
En apenas una semana los servicios de salvamento han
rescatado a más de 13.000 personas en el Mediterráneo. Cuando se cumple
un año de la muerte de Aylan Kurdi, el niño ahogado que sacudió la
conciencia del mundo ante el drama de los refugiados, la situación
vuelve a ser la del comienzo de la crisis, una emergencia humanitaria
sin precedentes que demasiado a menudo termina en tragedia. Pero Europa,
ensimismada por problemas tan complejos como la amenaza terrorista o la
desafección al proyecto que representa el Brexit,parece haber
agotado su capacidad de asimilar desgracias. Desde que entró en vigor el
acuerdo con Turquía, los flujos de migrantes han disminuido de forma
significativa, pero el número de muertes se ha disparado. En todo 2015
se contabilizaron 3.711 ahogados y en lo que llevamos de año se han
superado ya los 3.000. Desde 2014, más de 10.000 migrantes se han
ahogado tratando de llegar a Europa.
La
sociedad europea no puede ser insensible a esta situación. Los
efectivos movilizados por Frontex, el programa europeo de control de
fronteras exteriores, y por diversas organizaciones humanitarias
realizan una labor ingente —el lunes tuvieron que rescatar a 6.500
personas en pocas horas—, pero es evidente que resultan insuficientes y
no han podido evitar varios naufragios masivos con cientos de
desaparecidos.
A ello hay que añadir la situación sumamente precaria e
inestable que se vive al otro lado de la frontera griega. Los refugiados
desplazados de Siria y Afganistán quedan ahora embolsados en los países
vecinos, pero a nadie se le oculta que el Gobierno turco, cuya deriva
autoritaria es altamente preocupante, tiene en su mano la llave que
puede desestabilizar Europa. Los líderes de la Unión no deberían esperar
a que la situación empeore. Hasta ahora han actuado a la defensiva,
movidos por el temor al ascenso de los partidos xenófobos y el recelo
que la llegada de refugiados de cultura islámica provoca tras los
últimos atentados yihadistas. Pero no pueden permanecer impasibles al
drama. No es un problema que concierna solo a Europa. La solución
requiere una acción internacional concertada, pero es Europa quien tiene
que tomar la iniciativa para propiciarla.