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“Queremos volver a Siria pero con protección internacional”




El 74% de los refugiados sirios afincados en Líbano no tienen papeles. El 69% viven por debajo del umbral de la pobreza

Diana Rodríguez Pretel
Aarsal (Líbano) | 4 de Septiembre de 2019



Campo de refugiados del Líbano.  D.R.P.



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La zona fronteriza entre Líbano y Siria parece un paisaje lunar. Kilómetros y kilómetros de tiendas de lona recorren uno de los lugares del Planeta con mayor concentración de personas refugiadas por metro cuadrado. Historias que dan paso a los recuerdos. Y recuerdos que afloran destapando un mundo infinito de sentimientos.

Los traumas de la guerra tardan en cerrar. Los refugiados sirios tienen que convivir con heridas psicológicas y con secuelas físicas como las que sufre Koder, un sirio refugiado en Líbano que perdió la vista cuando le estalló delante una bomba del Estado Islámico. Cuatro años después, cuenta que tuvo que cruzar la frontera a ciegas. “No puedo trabajar ni mantener a mi familia porque perdí mis córneas en la guerra por culpa de una bomba. Era taxista en mi país y ahora no puedo hacer muchas cosas, pero intento ayudar siempre a mi familia”, afirma con lágrimas en los ojos. Ahora tiene siete hijos y una esposa en la que se apoya para hacer cualquier cosa. “Deseo seguir viviendo, aunque no en una tienda de lona. Queremos volver a casa, pero con garantías de protección internacional. Nos gustaría que hubiera seguridad como antes de la guerra, aunque de momento eso no es posible”, añade Koder. Su objetivo es regresar a Siria, confiesa, aunque ocho años después de la guerra sigue siendo una utopía.

En los campos de refugiados del Valle de Bekaa y en Aarsal hay una sensación de vacío tremenda cuando se pregunta por lo que han dejado atrás. Primero viene el silencio y después el lamento. “Mi esposo murió en la guerra y me quedé sola a cargo de mis cinco hijas porque no tenía más ayuda. Las mayores estuvieron aquí unos meses, pero acabaron yéndose a Turquía a buscarse la vida”, recuerda Majeda, cuyo marido fue cruelmente asesinado en Siria. Majeda no está, sin embargo, sola. Su hija menor, Yassmen, a sus nueve años tiene claro que quiere ser médico y periodista. La pequeña –siempre sonriente– quiere ser doctora para curar a sus compatriotas heridos en la guerra, y también periodista para contarle al mundo lo que está ocurriendo al otro lado de la frontera. “Quiero estudiar y ayudar a la gente”, cuenta entre bromas y juegos.

A cada paso por este mar de plástico libanés aparece una desgarradora historia. Amina tiene cinco hijos y es consciente de que quizá no vuelva a pisar Siria. Los menores tienen miedo de los terroristas y no pueden evitar llorar cuando escuchan la palabra prohibida: Daesh. “Llegamos legalmente a Líbano, cruzamos las montañas y yo estaba embarazada. Mis hijos tienen pánico a la palabra Daesh. Por ejemplo si ven un avión sienten mucho miedo”, afirma esta mujer de 34 años. Huir de Siria ha sido la mejor decisión que ha tomado en su vida. Y también la más dura. “Cuando el Daesh llegó a Raqqa, nuestra ciudad, fue muy duro, muy duro. Todo era carísimo, pasábamos hambre todo el día, reinaba la inseguridad, no había trabajo para los hombres y nos tuvimos que ir porque allí no se podía vivir”, se lamenta esta joven. Ahora Amina sobrevive gracias a la ayuda de las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona y haciendo de vez en cuando pequeños trabajos en las plantaciones de tabaco. Trabaja sólo cuando la llaman, hace turnos de ocho horas y cobra menos de cinco euros el día. A su marido directamente no le llaman, explica Amina, y el dinero no les da ni para que los niños tengan un balón.

En este asentamiento, uno de los 2.500 de refugiados sirios en Líbano, sobreviven también Mohamed y a sus siete hijos. Reconoce que tiene miedo de volver a Siria porque algunos de sus vecinos han sido reclutados por el gobierno de Bashar Al-Asad para luchar contra el ISIS. “La cosa va a peor. Hay muchos secuestros y te pueden reclutar. Ya lo han hecho. Tenemos mucho miedo de volver a nuestro país”, asegura este refugiado mientras mira a su mujer. “Allí no hay futuro. De momento no hay futuro. Lo único que deseo es que mis hijos vayan al colegio, que jueguen como niños y hagan todas esas pequeñas cosas. Queremos volver a Siria y que llegue la hora de dejar este asentamiento”, añade Mohamed.

Todos quieren regresar a Siria, pero no se irán hasta que tengan garantías de protección internacional. Halima, madre de cinco hijos y embarazada de seis meses lo ve muy difícil de momento. Para ella es un sueño. “Me encantaría poder vivir segura junto a mis hijos y mi marido. No aquí. Y poder vivir todos juntos felices como antes de la guerra. Éramos felices. Nos gustaría poder volver a Siria y recuperar nuestra vida”, confiesa esta mujer.

La mayoría de los refugiados sirios que se han quedado en Líbano, a las puertas de su casa, han desechado cualquier posibilidad de viajar a Europa. “Si tuviera la posibilidad de ir a Europa, lo haría, pero no todo el mundo puede. Es carísimo. Cuando preguntas por esto, reina el silencio. No es viable irse, no hay opción para nosotros”,confiesa Kafaa, que cubre su rostro con un niqab.

Halima también ha descartado subirse a uno de los botes que cruzan el Mediterráneo hacia Italia, Malta, Grecia o Turquía, porque es muy arriesgado. Reconoce que en Europa su vida sería mejor pero tendría más complicada la vuelta. “Los países europeos ya han hecho suficiente. Pero aquí en Líbano no todo el mundo recibe lo mismo. En este y en otros asentamientos no hay igualdad”, opina.

Isabel Ordoñez, portavoz de Acción Contra el Hambre en Líbano, alerta de que la situación –ocho años después– sigue siendo de emergencia. “Les proporcionamos agua, comida y el saneamiento que necesitan para vivir dignamente”. Y pese a esto no quieren volver, nos cuenta porque “tienen la percepción de que Siria sigue sin ser un país seguro, además no saben las represalias que pueden sufrir cuando vuelvan y, básicamente, porque no tienen un sitio al que volver”, añade Ordoñez.

El 69% se encuentra de los refugiados sirios afincados en Líbano viven por debajo del umbral de la pobreza. El 74% no tienen papeles y, por lo tanto, ni pueden trabajar ni tienen capacidad de moverse por el país por miedo a ser detenidos y deportados. Los pocos que trabajan sólo pueden hacerlo en tres sectores –construcción, agricultura y recogida de basuras– y cobran unos 278 dólares mensuales, un 47% por debajo del salario mínimo.

Después de ocho años huyendo de la guerra, sus vidas siguen prácticamente igual que cuando comenzó todo. Entre otras cosas, porque Líbano es el país del mundo con mayor número de refugiados per cápita: más de 1,6 millones de sirios y en torno a 800.000 palestinos.

Cuando termine esta cruel guerra civil, muchos de los refugiados volverán a sus casas e intentarán recuperar sus vidas. Aunque saben que el camino es largo. Según la ONU, reconstruir el país costará unos 390.000 millones de euros.