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Sensibilidad para tratar la salud mental de los migrantes

El drama y dureza del viaje, el duelo por perder a seres queridos o el choque de expectativas son algunas afecciones psicológicas que sufren los migrantes africanos que llegan a España por la Frontera Sur



Ángeles Lucas

Jerez de la Frontera

22 SEP 2018

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Migrantes rescatados por Cruz Roja en la Frontera Sur. PABLO COBO
Negro tizón, corpulento y fibroso, con una elegante camisa azul y apuntes en la mano, sale de la prueba de nivel de español con una plácida sonrisa. “Me ha salido bien. Ha sido fácil”, dice satisfecho. Comenta breve y afable lo bien que está en Andalucía desde que desembarcó de la patera el pasado diciembre, y que está muy agradecido por la atención que recibe en la asociación que le atiende. Pero antes de salir por la puerta del centro que le orienta desencaja esa simétrica sonrisa y fija la mirada sobre la psicóloga de la entidad. “¿Has dormido bien?”, le pregunta ella. “No”, responde rotundo. Seguirán con las sesiones terapéuticas la próxima semana. “Tiene terrores nocturnos y pánico a la oscuridad. Fue torturado durante dos años en un centro de su país donde le internó su madre por ser homosexual. Lo metieron en un cubículo sin luz, tiene cicatrices en el cuerpo que no sabe de qué son... Y sufre más porque fuera su madre, la que lo tenía que proteger, quien lo metió ahí, que el terror de las palizas y la travesía hasta España desde África subsahariana”, dice la profesional sobre su caso, sobre el que se gestiona una demanda de asilo.
Ahmadou (nombre ficticio) es una de las personas que recibe asistencia psicológica de entre los que acceden a España por la Frontera Sur (Andalucía y Canarias), un servicio al que recurren tanto solicitantes de asilo como los demás considerados migrantes económicos. “De lo más común que nos encontramos en la asistencia psicológica es el choque de expectativas. Tienen una idea fuerza que es lo que les mantiene vivos durante el viaje, que Europa es el paraíso. Esta fantasía es el motor del terrible periplo”, dice Rodrigo Gómez, psicólogo y responsable de la asociación Accem en Cádiz, que apunta que parte del trabajo es gestionar el duelo del proceso migratorio y que los principales cuadros que encuentran son de ansiedad y shocks postraumáticos, señala el especialista, que destaca un alto nivel de resiliencia en las personas que atienden llegadas desde la Frontera Sur. “Tienen una capacidad de reponerse alucinante”, generaliza.



Un inmigrante es atendido por hipotermia en la Frontera Sur. P. C.
Solo el año pasado 22.419 personas accedieron a España por vía marítima, según el balance migratorio Frontera Sur 2017 de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, el triple que el año anterior. 249 de ellas murieron o desaparecieron. “En Accem Jerez hemos tratado a 18 personas en 2017. No son un número significativo entre los usuarios del servicio de salud mental si miras el total de los que llegan”, detalla Gómez, que precisa que entre las distintas entidades se organizan para atenderles. "Solemos encontrar ansiedad, nerviosismo, y el entorno policial no es tan amable. Tenemos que aclarar su situación legal, resolver dudas, ponerles en contacto con los familiares... Pero en líneas generales, no son muy propensos a hablar de sus sentimientos, por lo que la atención psicológica en estos casos requiere de una sensibilidad cultural muy bien formada", destaca Gómez.

La asistencia gratuita a la salud mental para migrantes que acceden por Frontera Sur se presta a través de la sanidad pública o de las organizaciones que han priorizado programas de asistencia psicológica. “Es un servicio que depende de las iniciativas de las asociaciones, las entidades bancarias o puntuales subvenciones, pero no hay coordinación, es un caos”, señala Francisco Collazos, psiquiatra y coautor de la investigación Salud Mental en la población migrante en España. "No hay sensibilidad para tratar la salud mental de los migrantes. Ni siquiera habría que invertir tantos recursos, solo optimizar los que ya existen, coordinar y formar, pero hay que introducir la mirada intercultural desde la universidad. En la facultad no se dedica ni una hora a este aspecto, pero considerar la cultura en los casos de salud mental es clave para hacer los diagnósticos, no es lo mismo que un problema de hígado, que tiene parámetros universales”, señala Collazos, en referencia a los casi cinco millones de extranjeros que residen en España, un 10% de la población.

Si algún migrante accediera por Frontera Sur con algún desorden mental relevante, los primeros en percatarse serían los profesionales que trabajan en primera línea de ayuda humanitaria. "En las intervenciones de emergencia apenas hay media hora y no hay posibilidad de que intervenga un psicólogo, solo reportamos si detectamos algún indicio de trata", explica Francisco Vicente, coordinador provincial de Cruz Roja en Almería. "Si la travesía en patera es más trágica, pueden venir en estado de shock. Aunque estos son casos puntuales. Les tranquiliza si les facilitamos teléfonos para llamar a sus familiares, y les acompañamos en el reconocimiento del cadáver, en la repatriación...", detalla Vicente, que resalta que las personas que llegan a las costas españolas, después de la travesía, suelen tener muy buen estado de salud física.

Por la asistencia psicológica de Jerez han pasado casos como el de un chico que quería ser futbolista y la hélice de la patera le destrozó pierna y ano, o el de un padre que tuvo que decidir entre salvar a su mujer o a su bebé de morir ahogados en el mar. Se quedó con el bebé. Son testimonios de los que pisan tierra española y han visto ya vidas tiradas por la borda de la patera, dejadas atrás sedientas en el desierto del Sáhara, abusadas y traficadas en Marruecos o Libia, agotadas y embarazadas tras 12 horas de camino o compañeros de viaje estafados durante años... Un dolor que se suma al sufrimiento propio, a la presión que supone que tu comunidad y tu familia invierta sus recursos en tu viaje, a la separación de tus hijos y padres, al hambre, el calor, la enfermedad en soledad, la extorsión... Tantas historias como personas con sus proyectos vitales.

El senegalés Mamadou Samba Boiro arrivó en patera a España en 2006 con 16 años. "Con la mayoría de edad me independicé y trabajé para a contribuir a la felicidad diaria de mi familia. Pero cuando saltó la crisis la vida se me volvió muy dura y ser persona negra no ayudaba, nos subestimaban", dice con el español aprendido durante ocho años. "Me quedé sin trabajo ni medios para sobrevivir. Y acabe perdiendo mis papeles por falta de contrato", añade ahora con 28 años desde Senegal, donde fue deportado. "Pagar una habitación para descansar y llorar mis penas me resultaba imposible, y la desesperanza y el estrés diario empezaron a desmotivarme. Eso me cambio a peor", cuenta ahora, al reconocer que cayó en adicciones. "Mi familia encima no se imaginaba mi situación y me pedían y exigían siempre dinero porque fui durante años su esperanza. Y no poder echarles una mano me quitaba las ganas de vivir. Olvidé incluso mis raíces y el motivo de mi viaje", relata ahora desde su país, donde ha montado una empresa con su hermano. "Sigo soñando pero ya no me veo muriendo en mares para ser comido por peces o atravesando desiertos para ser enterrado por bichos", relata el senegalés que tiene casi culminado un libro con su relato.

En el caso de Ahmadou, es probable que no pueda volver a su país nunca más. "Una vez que les dan el estatuto de refugiado, no pueden retornar y eso es difícil de gestionar emocionalmente”, declara Susana Domínguez, psicóloga del Programa de Protección Internacional de Accem en Cádiz, cofinanciado con ayuda de la Junta de Andalucía. Ahmadou cuenta entre balbuceos en español y gestos con las manos que en su país trabajaba en la bisutería, fabricaba anillos y pendientes de plata y oro, y no descarta poder seguir ejerciéndolo en España. “Cuando llegan tienen que construir una nueva identidad aquí. Pierden gran parte de su vida y en ella influyen mucho las condiciones en las que hayan salido, la situación familiar y laboral que tenían…", añade Domínguez.

En el caso de las mujeres, sobrevuela siempre la amenaza de que sean víctimas de trata. "Casi la mayoría de las que vienen embarazadas podrían serlo y eso requiere un trabajo más a largo plazo. Sufren estrés postraumático, ansiedad, miedo... tienen que pagar las deudas y abandonan los centros antes de lo que nos gustaría. En las casas de acogida se presta atención psicológica, pero en muchos casos se queda corta. Ahí pueden empoderarse, pero las mafias trabajan bien y las mujeres se van", resume Vicente desde Almería. Las redes se suelen instalar en los invernaderos y las mujeres son atendidas también por asociaciones y el sistema público de salud allí, ahora más fácilmente una vez derogada la ley de exclusión sanitaria del Gobierno anterior.

"Las mujeres víctimas de trata, los menores, las personas involucradas en matrimonios forzados, o los que emigran por su orientación sexual viven una situación de fuerte vulnerabilidad", detalla Laura Díaz, coordinadora de Cruz Roja del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Madrid, que resalta también el desasosiego que sufren aquellos que ingresan en los CIE después de la dura travesía y el desarraigo por el abandono de su entorno y su familia. "Esperan durante años a cruzar y de repente se encuentran encerrados en un centro sin conocer el idioma y sufriendo un choque cultural. Hay que hacerles ver que entiendan sus derechos y sus deberes y que pueden solicitar protección internacional. En algún momento esto les genera desconfianza, se preguntan dónde están, quiénes son", resume Díaz. Añade que los ingresados también viven con la incertidumbre de saber si serán liberados o expulsados y que si detectan un caso especialmente grave lo reportan al médico del centro y de ahí se puede derivar a la sanidad pública.

"En los CIE se dan clases de castellano para que sean más autónomos y puedan verbalizar sus inquietudes. Pero también es muy importante que puedan expresar sus emociones en su lengua materna", resalta también Díaz, que coincide con el psicólogo Gómez y con el psiquiatra Collazos en que las cuestiones vinculadas con la salud mental deben analizarse desde una perspectiva intercultural. "No esperes que en África se hable igual, haya las mismas expresiones. Yo como psiquiatra puedo etiquetar algo como depresión, pero ese término es propio de lenguas occidentales. En la salud mental se habla de emociones y las formas de interpretarlas varían según el imaginario colectivo de los códigos de cada cultura. Cada historia es un mundo y requiere análisis individualizados. Estamos ante un reto para el sistema sanitario", concluye Collazos.

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“La constante relación con el trauma ajeno crea una herida”

Belén Yago es psicoterapeuta especializada en trauma y desarraigo y en tratar a psicólogos del ámbito de la ayuda humanitaria. Cuenta que a uno de sus pacientes, cooperante, le entró un ataque de ansiedad cuando entró en la consulta y vio un cojín rojo tirado en el suelo. “Le recordó a una de las mantas que usa la Cruz Roja en los rescates”, indica la experta. “Para poder salvar a otros tenemos que estar sanos nosotros primero. No puedes tratar de ayudar a una persona si tú no estás fuerte, nuestro sistema no debe defenderse del paciente”, apunta la experta descalza, sobre la alfombra de su consulta de Sevilla, por donde han pasado desde exmilitares de Kosovo, hasta psicólogos que tratan a migrantes o refugiados.
“Ellos reciben permanentemente situaciones traumáticas y aunque siempre se ha dicho que el profesional tiene que separarse de los problemas del paciente, que tiene que haber una distancia emocional, de alguna manera inciden en ti. La constante relación con el trauma ajeno va creando una herida en tu organismo que nada tiene que ver con tus propias heridas, pero los profesionales tienen que liberar también su respuesta neurofisiológica, su trabajo genera impulsos reprimidos”, señala la experta, que comenta que de lo primero que le dicen sus pacientes es que ellos están bien. Pero después escucha de ellos que dicen: me pesa la vida, me ahogo, me falta el aire… “Esta sociedad nos exige demasiado. Es interesante cómo la vida civilizada nos enferma y nos convierte en superhéroes, nos deshumanizamos”, considera.
En una teoría válida tanto para migrantes como para los que los asisten psicológicamente, Yago centra parte de sus terapias en la búsqueda del temblor. “Con el temblor dialogas con tu sistema nervioso autónomo. Facilitas entrar en contacto con él y liberarlo”. La experta detalla que hasta hace unos años, frente a la respuesta ante una amenaza se planteaban dos salidas, la huida o la lucha, y en ambas, las sustancias químicas que genera el cuerpo ante esa situación se liberan. “Pero hay una tercera salida, que se podría llamar de congelación, que sería como quedarse quieto frente a un león para evitar salir corriendo y llamar su atención, o atacarlo y perder. En esta tercera opción, muy repetida en mis pacientes, esas sustancias no salen del cuerpo y generan un malestar permanente”, explica. “Por eso, temblar es positivo y se le debe de quitar la connotación social negativa que lo prohíbe y lo muestra como una debilidad”.